El deseo de comer cuando no se tiene hambre es un buen indicador de que se desea algo menos perceptible que la comida, pero muchas veces no se sabe que es.
En estas ocasiones la comida se convierte entonces en nuestro refugio y a veces acudimos a ella por insatisfacción, aburrimiento, problemas cotidianos y también muchas veces para gratificarnos por logros alcanzados.
Y es que desde niños nos han inculcado la idea del alimento como premio ,castigo o también como alivio a distintas dolencias: si nos caíamos y llorábamos, nos consolaban con la promesa de regalarnos golosinas; si nos rehusábamos a tomar la sopa o comer pescado, nos quedábamos sin postre; si sacábamos buenas nota en el colegio nos premiaban con dulces y chocolates etc… es cierto que gratifican, alivian el dolor y la tensión creando un efecto biológico reconfortante pero solo es temporalmente, luego nos quedamos con la consecuencia de los excesos cometidos y la confusión de no saber en qué momento nuestro organismo necesita de los nutrientes esenciales para cubrir las necesidades vitales.
Hambre o Ansiedad
Estos hábitos incorrectos construidos desde pequeños dificultan detectar las verdaderas necesidades alimentarías.
Es preciso comer siempre que se tenga hambre, tenemos que aprender a escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo; él sabe cuándo, cuánto y qué quiere comer por sus necesidades nutricionales; él es el que necesita de los alimentos para mantenernos saludable.
El ingerir al menos las cuatro ingesta diarias (desayuno, almuerzo, merienda y cena) en los horarios (no dejando pasar más de 3hs. entre una ingesta y otra) y cantidades adecuadas ayudará a detectar con naturalidad la verdadera sensación de hambre.
Que la comida no sea tu refugio ni tu castigo
Algunas personas utilizan el alimento como un aislante emocional del malestar que les provoca llevar una vida sin sentido y carente de motivaciones.
Con el fin de protegerse, comen más o menos alimentos creyendo que los mismos ayudarán a satisfacer o resolver sus problemas emocionales, huyendo y refugiándose en el consuelo, el olvido o la satisfacción que les provoca comer.
Hay personas que castigan a su cuerpo con dietas restringidas como si él fuera su peor enemigo creyendo que la solución a sus problemas es adelgazar pensando que sus dificultades se deben a esos tres, cinco o diez kilos de más.
La falta de autoestima puede empujarnos a buscar erróneamente soluciones a través de la comida pero lo único que se consigue es ir deteriorando la salud mental y física.
Lo cierto es que el momento de comer no implica únicamente la satisfacción de una necesidad biológica, sino también sicológica igualmente importante.
Por lo tanto la buena alimentación es mucho más que proveer al cuerpo de los nutrientes que necesita para estar perfectamente sano; comer es placer y también un acto social destinado a establecer lazos afectivos.
Aprender a saborear los alimentos
La comida debe ser una ocasión para compartir y disfrutar; es importante darle el lugar, el tiempo y la tranquilidad que merece.
Comer rápido equivale a no registrar lo que se come y las ganas de saborear un buen menú seguirán intactas.
En cambio cuando los minutos no nos corren porque estamos organizados le damos tiempo a la comida para que llegue al estómago y a los jugos digestivos para que comiencen el proceso de digestión, experimentando la sensación de saciedad totalmente liberados del malestar que produce engullir los alimentos por falta de tiempo.
Identificar las situaciones críticas
La comida está directamente relacionada con lo emocional por lo tanto debemos reconocer aquellas situaciones que puedan afectar nuestra alimentación y por lo tanto nuestro bienestar.
Es de mucha utilidad tomar nota de todo lo que ingerimos, también prestar atención a nuestro entorno, como por ejemplo, si estamos solos o acompañados, cual es nuestro estado anímico (Aburrido, triste, alegre), si el lugar es agradable o no. si nos tomamos el tiempo necesario. etc.
Explorar todos estos datos y volcarlos en un registro diario es de mucha utilidad para examinar nuestra conducta y que situaciones emocionales influyen a la hora de alimentarnos.
La vida cotidiana nos enfrenta todos los días a distintas situaciones más o menos complejas que resolver y de las cuales no podremos huir, por lo tanto buscar otras alternativas para canalizarlas será más saludable que solo tratar de resguardarse a través de la comida.
En estas ocasiones la comida se convierte entonces en nuestro refugio y a veces acudimos a ella por insatisfacción, aburrimiento, problemas cotidianos y también muchas veces para gratificarnos por logros alcanzados.
Y es que desde niños nos han inculcado la idea del alimento como premio ,castigo o también como alivio a distintas dolencias: si nos caíamos y llorábamos, nos consolaban con la promesa de regalarnos golosinas; si nos rehusábamos a tomar la sopa o comer pescado, nos quedábamos sin postre; si sacábamos buenas nota en el colegio nos premiaban con dulces y chocolates etc… es cierto que gratifican, alivian el dolor y la tensión creando un efecto biológico reconfortante pero solo es temporalmente, luego nos quedamos con la consecuencia de los excesos cometidos y la confusión de no saber en qué momento nuestro organismo necesita de los nutrientes esenciales para cubrir las necesidades vitales.
Hambre o Ansiedad
Estos hábitos incorrectos construidos desde pequeños dificultan detectar las verdaderas necesidades alimentarías.
Es preciso comer siempre que se tenga hambre, tenemos que aprender a escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo; él sabe cuándo, cuánto y qué quiere comer por sus necesidades nutricionales; él es el que necesita de los alimentos para mantenernos saludable.
El ingerir al menos las cuatro ingesta diarias (desayuno, almuerzo, merienda y cena) en los horarios (no dejando pasar más de 3hs. entre una ingesta y otra) y cantidades adecuadas ayudará a detectar con naturalidad la verdadera sensación de hambre.
Que la comida no sea tu refugio ni tu castigo
Algunas personas utilizan el alimento como un aislante emocional del malestar que les provoca llevar una vida sin sentido y carente de motivaciones.
Con el fin de protegerse, comen más o menos alimentos creyendo que los mismos ayudarán a satisfacer o resolver sus problemas emocionales, huyendo y refugiándose en el consuelo, el olvido o la satisfacción que les provoca comer.
Hay personas que castigan a su cuerpo con dietas restringidas como si él fuera su peor enemigo creyendo que la solución a sus problemas es adelgazar pensando que sus dificultades se deben a esos tres, cinco o diez kilos de más.
La falta de autoestima puede empujarnos a buscar erróneamente soluciones a través de la comida pero lo único que se consigue es ir deteriorando la salud mental y física.
Lo cierto es que el momento de comer no implica únicamente la satisfacción de una necesidad biológica, sino también sicológica igualmente importante.
Por lo tanto la buena alimentación es mucho más que proveer al cuerpo de los nutrientes que necesita para estar perfectamente sano; comer es placer y también un acto social destinado a establecer lazos afectivos.
Aprender a saborear los alimentos
La comida debe ser una ocasión para compartir y disfrutar; es importante darle el lugar, el tiempo y la tranquilidad que merece.
Comer rápido equivale a no registrar lo que se come y las ganas de saborear un buen menú seguirán intactas.
En cambio cuando los minutos no nos corren porque estamos organizados le damos tiempo a la comida para que llegue al estómago y a los jugos digestivos para que comiencen el proceso de digestión, experimentando la sensación de saciedad totalmente liberados del malestar que produce engullir los alimentos por falta de tiempo.
Identificar las situaciones críticas
La comida está directamente relacionada con lo emocional por lo tanto debemos reconocer aquellas situaciones que puedan afectar nuestra alimentación y por lo tanto nuestro bienestar.
Es de mucha utilidad tomar nota de todo lo que ingerimos, también prestar atención a nuestro entorno, como por ejemplo, si estamos solos o acompañados, cual es nuestro estado anímico (Aburrido, triste, alegre), si el lugar es agradable o no. si nos tomamos el tiempo necesario. etc.
Explorar todos estos datos y volcarlos en un registro diario es de mucha utilidad para examinar nuestra conducta y que situaciones emocionales influyen a la hora de alimentarnos.
La vida cotidiana nos enfrenta todos los días a distintas situaciones más o menos complejas que resolver y de las cuales no podremos huir, por lo tanto buscar otras alternativas para canalizarlas será más saludable que solo tratar de resguardarse a través de la comida.
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