La felicidad, que es el estado tan deseado por todos los hombres y sin embargo generalmente desconocido; parece ser el estado permanente del Dalai Lama, figura máxima del budismo tibetano, actualmente en el exilio, que parece ser feliz y puede transmitir esa felicidad a los que lo rodean.
Ese estado de gracia que manifiesta con humildad, compasión, altruismo y bondad, expresa la intención de señalar el camino para alcanzar la felicidad.
Para transitar esta senda propone el arte de la reflexión para evitar dejarse llevar por los apasionamientos y el odio, adoptando una actitud de comprensión del otro y aceptación del sufrimiento como parte de la vida.
Este líder espiritual de los tibetanos, cree que básicamente todos los hombres son buenos por naturaleza y que pueden ser felices aumentando su autoestima y ayudando a sus semejantes.
Cuando nos comunicamos con los otros, la barrera que nos separa se disipa si tomamos conciencia que son iguales a nosotros mismos, seres humanos, si dejamos de lado las diferencias individuales que son secundarias.
La actitud y las palabras del Dalai Lama nos muestran que él ha aprendido a vivir plenamente, con un grado de serenidad y aceptación difícil de ver en otros hombres.
El origen de los problemas de las personas individuales es muy complejo y difícil de explicar, tal como lo desea la cultura occidental.
Sin embargo, aunque alcanzar la felicidad duradera no sea nada fácil, puede lograrse, sobre la base de ciertas convicciones esenciales, como el valor de la bondad, de la compasión, la amabilidad y el sentimiento comunitario entre los hombres.
No se trata de seguir los preceptos de una religión sino simplemente en el sano razonamiento y en la experiencia.
Para alcanzar la felicidad es indispensable el entrenamiento de la mente no intelectual sino psicológica o espiritual.
La disciplina interna puede transformar actitudes y modos de ver la vida. Esta disciplina consiste en identificar todos aquellos factores que nos conducen al sufrimiento y aquellos que nos conducen a la felicidad.
Eliminando gradualmente los factores que llevan al sufrimiento y cultivando aquellos que conducen a la felicidad nos abre el camino para lograrla.
La felicidad que expresa el Dalai Lama, quien se considera un hombre que ha alcanzado un cierto grado de felicidad personal, se manifiesta como el deseo de abrirse a los demás creando un clima de afinidad y buena voluntad.
Muchos filósofos están de acuerdo en que el propósito de la vida es buscar la felicidad y este no es para nada un objetivo egoísta, al contrario, porque son las personas más desdichadas las más propensas a centrarse en sí mismas, y las más incapaces de ayudar a otros, en tanto que las más felices pueden ser gracias a esta condición, más sociables, más cariñosas y más compasivas.
Cuando estamos depresivos y malhumorados difícilmente tengamos un trato cordial con los demás, seremos más intolerantes más sensibles a la crítica, y estaremos menos dispuestos a ayudar.
El proceso de búsqueda de la felicidad produce beneficios tanto en el individuo como en su familia y en la sociedad.
Se puede comprobar que la gente que sufre graves pérdidas y también las que reciben grandes beneficios, como ganarse la lotería, por ejemplo, después de un tiempo se siente igual que antes. Esto nos confirma que la felicidad es más un estado mental que el producto de factores externos.
En psicología este fenómeno se lo conoce como capacidad de adaptación y todos lo hemos experimentado alguna vez al comprar un auto nuevo, una casa o al vivir cualquier otro acontecimiento.
Nuestra felicidad cotidiana está muy relacionada con nuestras perspectivas y nuestra forma de ver el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario